
Breve historia de (des)amor
Traducción de la historia de Sam Polk, empresario social estadounidense y ex operador financiero de Wall Street, sobre su historia personal: dinero, poder y el sentimiento de vacío.
Lo que sigue es una traducción lo más textual posible de la historia personal de Sam Polk, actual emprendedor social y comprometido con el cambio, ex adicto al dinero y tiburón de Wall Street. Podría ser tranquilamente una nota para la revista Time, o alguna revista de emprendedores. Igualmente, es para reflexionar como todavía y a pesar de todo, estamos a tiempo.
Por amor al dinero
En mi último año en Wall Street mi bono fue de u$s3,6 millones – y estaba furioso porque no era lo suficientemente alto. Tenía 30 años, ningún hijo que mantener, ninguna deuda que pagar, ningún objetivo filantrópico en mente. Sólo quería más dinero por exactamente la misma razón que un alcohólico necesita otro trago: era adicto.
Ocho años atrás, me encontraba caminando en el salón de transacciones del Credit Suisse First Boston para comenzar mi práctica de verano. Ya sabía que quería ser rico, pero cuando comencé tenía una idea diferente sobre qué significaba serlo. Había llegado a Wall Street después de leer en el libro Liar’s Poker –El Póker del Mentiroso– cómo Michael Lewis ganó un bono de u$s225.000 luego de sólo dos años de trabajo en un salón de transacciones. Esa suma parecía ser una fortuna. Cada Enero y Febrero, pensaba sobre eso, porque esos eran los meses donde los bonos eran decididos y distribuidos, y se hacían todas las fortunas.
Había aprendido de la importancia de hacerse rico de mi padre. Era un Willy Loman moderno, un vendedor con grandes sueños que nunca se materializaban. Imaginá como sería la vida, solía decir, cuando haga un millón de dólares. Mientras soñaba con vender un guión cinematográfico, en la realidad sólo vendía gabinetes de cocina. Y no tan bien. Muchas veces vivíamos pagando deudas con el salario de practicante de enfermera de mi mamá.
Papá creía que el dinero solucionaría todos sus problemas. A los 22, yo pensaba lo mismo. Cuando caminé por el salón de transacciones la primera vez y vi los televisores de pantalla plana, los monitores de alta tecnología y los teléfonos con tantas llamadas, perillas y botones que lo hacían parecer un tablero de comando de un avión de combate, supe exactamente que quería hacer el resto de mi vida. Parecía como si los agentes estuvieran jugando un videojuego dentro de una nave espacial; si ganabas el videojuego, te convertías en lo que más querías ser -rico.
Era un milagro haber llegado a Wall Street. Mientras era competitivo y ambicioso -un luchador en la Universidad de Columbia- era también un bebedor y un fumador diario, y un usuario regular de cocaína, Ritalin y éxtasis. Era propenso a la autodestrucción y eso me valió la suspensión de Columbia por robo, fui arrestado dos veces y expulsado de una compañía de Internet por pelearme a golpes. Aprendí de la ira de mi papá. Aún puedo ver sus ojos rojos, el contorno de su rostro mientras cargaba contra mí. Había mentido en mi ingreso al Credit Suisse First Boston al omitir mis transgresiones en mi currículum y estaba decidido a no desaprovechar lo que parecía ser una última oportunidad. La única cosa tan importante para mí como esa práctica era mi novia, una novata del equipo de vóley de Columbia. Pero a pesar de estar enamorado de ella, cuando me emborrachaba a veces terminaba con otra mujer.
Luego de tres semanas en mi práctica sorpresivamente me abandonó. No me gusta en lo que te convertiste, me dijo. No podía culparla, pero estaba tan devastado que no podía levantarme de mi cama. En desesperación, llamé a una psicóloga que había visitado un par de veces anteriormente en busca de ayuda.
Ella me ayudó a ver que estaba usando el alcohol y las drogas para ocultar la impotencia que sufría de chico y me aconsejó dejarlas. Ahí comenzaron los meses más duros de mi vida. Sin alcohol ni drogas en mi cuerpo, sentía como mi pecho se había abierto, exponiendo mi corazón al aire. La psicóloga dijo que el abuso de alcohol y drogas era un síntoma de un problema subyacente -un “padecimiento espiritual”, lo llamó. El C.S.F.B. no me ofreció un trabajo a tiempo completo, por lo que regresé, consternado, a Columbia por otro año más.
Luego de la graduación, obtuve un puesto en el Bank of America, gracias a un director dispuesto a brindarle una chance a un chico para que lo llamara todos los días durante tres semanas. Con un año de sobriedad encima, estaba afilado, claro y trabajador. Al final de mi primer año recibí un bono de recompensa de u$s40.000. Por primera vez en mi vida no tuve que chequear mi balance antes de retirar dinero. Pero una semana después, me enteré que un agente tan sólo cuatro años más grande que yo había sido contratado por el C.S.F.B. por una suma de u$s900.000. Luego de un efecto inicial de envidia – su contrato era 22 veces mi bono – crecí entusiasmado con la cantidad dinero que había disponible.
En los siguientes años trabajé como un maniático y comencé a proyectarme hacia Wall Street. Me convertí en un agente de cambio de C.D.O’s -Credit Default Swaps-, uno de los roles de negocio más lucrativos del momento. Luego de cuatro años en el Bank of America, el Citibank me ofreció un 1.75 en 2, lo que significa u$s1,75 millones por dos años de contrato, y lo utilicé para obtener un ascenso. Comencé a salir con una chica rubia y alquilé un departamento en la Bond Street por u$s6.000 mensuales.
Me sentía tan importante. A los 25 podía ir a cualquier restaurante de Manhattan -Per Se, Le Bernardin- sólo con levantar el teléfono y llamar a uno de mis brokers, que se satisfacían junto con los agentes gastando ilimitadas cantidades de dinero. Podía estar sentado en la segunda fila de un partido Knicks-Lakers sólo con insinuárselo a un broker. La satisfacción no pasaba sólo por el dinero. Era también por el poder. Debido a lo inteligente y exitoso que era, era el trabajo de otro el de hacerme feliz.
Más allá de todo, estaba lleno de envidia. En una mesa de negocios todos se sentaban juntos, practicantes y directores. Cuando el tipo que se sienta al lado tuyo hace u$s10 millones, u$s1 millón o u$s2 millones no se ven tan bien. A pesar de eso, estaba emocionado por mi progreso.
Mi psicóloga no compartía mi euforia. Me decía que estaba usando el dinero de la misma manera que solía usar el alcohol y las drogas -para hacerme sentir más poderoso- y que probablemente eso me llevara a dejar de enfocarme y acumular más en vez de enfocarme en sanar mi herida interna. Herida interna? Creía que tenía que ir un poco más allá y comencé a trabajar para un fondo de cobertura.
Ahora, trabajando codo a codo con billonarios, era una gigante bola de fuego de gula. Pensaba en como mis colegas podían comprar Micronesia si así lo quisieran, o convertirse en alcaldes de Nueva York. No tenían sólo dinero, tenían poder -poder más allá de reservar una mesa en Le Bernardin. Los senadores iban a sus oficinas. Eran parte de la realeza.
Yo quería un billón de dólares. Es impactante pensar como en el transcurso de sólo cinco años, pasé de estar emocionado al ganar u$s40.000 con mi primer bono a estar desilusionado cuando, en mi segundo año en el fondo de cobertura, cobré sólo u$s1,5 millón. Pero al final, fueron mis absurdamente ricos jefes los que me ayudaron a ver las limitaciones de la ilimitada riqueza. Estaba en una reunión con uno de ellos, y otros agentes más, y estaban hablando de las nuevas regulaciones sobre los fondos de cobertura. Casi todo el mundo en Wall Street creía que era una pésima idea. Pero no es una buena idea para el sistema en su conjunto?, pregunté. La sala se silenció, y mi jefe me disparó una mirada amenazante. Recuerdo que dijo, no tengo la capacidad cerebral para pensar que es mejor para el sistema en su conjunto. Lo único que me preocupa es cómo esto afecta a nuestra compañía.
Me sentía como si me hubieran dado un golpe bajo. Él tenía miedo de perder dinero, a pesar de todo el que tenía.
A partir de ese momento, comencé a ver a Wall Street con nuevos ojos. Vi el veneno que los agentes escupían al gobierno por haber limitado los bonos luego del crash. Escuchaba la furia en sus voces cuando hablaban de impuestos más altos. Estos agentes despreciaban a cualquiera que amenazara sus bonos. Como se vería un adicto cuando ha consumido toda su porquería? Haría cualquier cosa -caminar 20 millas en la nieve, robar una abuela- para obtener un poco. Wall Street es como eso. En los meses previos a que los bonos fuesen repartidos, los salones de transacciones comenzaban a sentirse como un barrio en The Wire cuando se acaba la heroína.
Siempre vi con envidia a la gente que ganaba más que yo; ahora, por primera vez, me sentía avergonzado por ellos, y por mí. Había ganado en un año más que mi mamá en toda su vida. Sabía que eso no era justo, que no estaba bien. Si, era astuto, bueno para los números. Tenía talentos de mercado. Pero al final no había hecho nada. Era un agente de intercambio de derivados, y sentía que el mundo no iba a cambiar notablemente si estos agentes dejaran de existir. No así con las practicantes de enfermeras. Lo que antes parecía normal ahora estaba profundamente distorsionado.
Recientemente había terminado de leer los tres volúmenes del Reverendo Dr. Martin Luther King Jr. y el movimiento por los derechos civiles escrito por Taylor Branch, y la imagen de los Freedom Riders saliendo de su ómnibus en una enfurecida muchedumbre me quedó grabado en la cabeza. Si hubiera vivido en los ’60, definitivamente hubiera estado en ese ómnibus.
Pero me estaba mintiendo. Habían muchas injusticias allí afuera – pobreza extrema, cárceles superpobladas, una epidemia de violencia de género y una crisis de obesidad. No solamente no estaba ayudando a solucionar ningún problema del mundo, si no que estaba sacando ventaja de ellos. Durante el estallido de los mercados en 2008, hice una tonelada de dinero vendiendo derivados de compañías riesgosas. Mientras el mundo se hundía, yo me beneficiaba. Vi venir el crash, pero en vez de tratar de ayudar a la gente más perjudicada – gente que no tenía un millón de dólares en el banco- hice dinero de ello. No me gusta en lo que te convertiste, me había dicho mi novia años atrás. Tenía razón en su momento, y todavía tenía razón ahora. Solamente ahora, a mi tampoco me gustaba en quien me había convertido.
La adicción al dinero fue descrita por el sociólogo y dramaturgo Philip Slater en un libro de 1980, pero los investigadores le prestaron más atención al concepto de adicción. Como los alcohólicos cuando manejan ebrios, la adicción al dinero pone en peligro a cualquiera. Los adictos al dinero son, más que cualquier otro adicto, responsables por la creciente ruptura que se está ensanchando en nuestro gran país –EEUU-. Los adictos al dinero son responsables por las vastas y tóxicas disparidades existentes entre los ricos y los pobres y la aniquilación de la clase media. Sólo un adicto al dinero puede sentirse justificado por recibir una recompensa de u$s14 millones -incluyendo un bono de u$s8,5 millones- como lo hizo el C.E.O de McDonald’s, Don Thompson, mientras su compañía publicaba un panfleto para su plantilla laboral sobre cómo sobrevivir a los bajos salarios. Sólo un adicto al dinero ganaría cientos de millones como un manager de un fondo de cobertura, para luego hacer lobby para pagar menos impuestos que su secretaría.
A pesar de mi razonamiento, era increíblemente difícil de dejar. Estaba aterrado de dejar de perseguir al dinero y olvidarme de los futuros bonos. Pero más que nada, tenía miedo de que luego de cinco o diez años en el ruedo, me sentiría un idiota por abandonar la chance de convertirme en alguien realmente importante. Lo que lo hacía más duro era que la gente creía que estaba loco por querer dejarlo. En 2010, en un ataque final de mi devastadora adicción, demandé u$s8 millones en vez de u$s3,6 millones. Mis jefes dijeron que subirían mi bono si estaba de acuerdo en quedarme unos cuantos años más. En vez de eso, me marché.
El primer año fue realmente duro. Entré en lo que puedo describir como abstinencia -despertándome por las noches en pánico por haber dejado el dinero, rastreando los titulares para ver que ex-compañero había logrado un ascenso. Durante el tiempo se volvió más fácil -comencé a darme cuenta de que tenía dinero suficiente, y si necesitaba más, lo podía conseguir. Pero mi adicción al dinero no había desaparecido por completo. A veces compraba boletos de lotería.
En los tres años posteriores a haber abandonado, me casé, di charlas en cárceles y centros de detención para menores sobre estar sobrio, comencé a dar clases a chicas en albergues, y fundé una ONG llamada Groceryships par ayudar a familias pobres a sobreponerse a la obesidad y la adicción a la comida. Ahora soy mucho más feliz. Siento que estoy haciendo una real contribución. Y mientras el tiempo pasa, la distorsión disminuye. Veo el mantra de Wall Street –somos más inteligentes y trabajamos más duro que los demás, por eso nos merecemos todo este dinero– por lo que es: la racionalización de los adictos. A la distancia puedo ver lo que no podía ver en su momento -que Wall Street es una cultura tóxica que fomenta la grandilocuencia de la gente que está desesperadamente tratando de sentirse poderosa.
Tuve suerte. Mi experiencia con drogas y alcohol me permitió reconocer mi búsqueda de la riqueza como una adicción. Los años que trabajé con mi psicóloga me ayudaron a sanar las partes mías que se sentían dañadas e inadecuadas, con lo cual desarrollé un sentido de mí mismo que me permitió dejarlo todo.
Decenas de diferentes tipos de grupos de soportes de 12 pasos -incluyendo Cluterrers Anonymous (algo así como un grupo de ayuda mutua) y On-Line Gamers Anonymous (grupo para ayudar a los adictos a los videojuegos en red)- existen para ayudar personas con diferentes tipos de adicciones, sin embargo no existe Wealth Addicts Anonymous (Adictos al Dinero Anónimos). Por qué no? Porque nuestra cultura apoya e incluso fomenta esa adicción. Fíjense las tapas de las revistas en cualquier stand, estampadas con las caras de celebridades o C.E.O.’s; los super-ricos son nuestros dioses. Espero que todos demos nuestra parte para que los adictos al dinero dejen de tener tanta influencia en nuestro país.
Siempre pienso que si uno es rico y cree que tiene suficiente, entonces no es un adicto al dinero. En Wall Street, en mi experiencia, el significado de suficiente es raro. El tipo de negocios que hace un trabajo del cual se queja para poder agregar u$s2 millones a cuenta bancaria de u$s20 millones pareciera ser un adicto.
Recientemente recibí un email de un agente de un fondo de cobertura que me contaba que estaba ganando millones todos los años, pero se sentía atrapado y vacío, sin poder asumir el coraje para dejarlo. Y si te identificas con lo que he escrito, pero eres reacio a dejar, te recomiendo que des un pequeño paso en la dirección correcta. Creemos un fondo, donde todos estemos de acuerdo en aportar, digamos, el 25% de sus bonos anuales, y eso lo utilizaremos para ayudar a la gente que realmente necesita ese dinero que estuvimos persiguiendo rabiosamente. Juntos, tal vez podamos lograr una real contribución al mundo.