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Te estimo

2 junio, 2018 Carlos Kraimer Relatos 0
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Baja la ventanilla brevemente. El viento le despeina apenas esa larga cabellecera que hace tiempo perdió importancia. Igual que todo su aspecto prácticamente. “Lo esencial es invisible a los ojos”, se dice como perfecto argumento al abandono de su apariencia y a su vez en plan de exacta explicación del contenido de esta travesía.

Aquí encontró el justo complemento para sus saberes previos, así como aprendizajes cotidianos nuevos y mitos derribados. Conoció historias y realidades que ajustaron su crítica (y su odio) hacia la maquinaria que todo mueve y que todxs sostenemos.

Pero cuando repasa las fotos en la cámara (y suma las de su mente) la encuentra también a ella. Ya la había encontrado hace bastante, hace unos cuántos años. Desde un primer minuto, su relación está sujeta a detalles bizarros: el método inconcebible (al menos para gente de su generación) mediante el cual fueron presentados, las salidas fallidas y el desenlace de aquel ultimátum. También se destacan los momentos difíciles, y vaya que los hubo. Pero también los hubo felices, y muy.

Y ahora, este viaje. Que se resiste a clasificar porque todavía está en el durante. Como siempre, uno toma dimensión de lo que tuvo cuando ya no está. Por eso considera que la real importancia de esto se manifestará en su cotidianeidad.

En esas imágenes también está ella. Tomando su mano por delante, dándole ese beso que decorará alguna pared cuando regresen, corriendo algún riesgo o acertando algún pronóstico. Peleando, reclamando o angustiándose. Mirando, sin habla, algún pedazo de historia o respirando el aire puro de algún paisaje inolvidable (pintado de su verde amado), con una sonrisa eterna que se dibujará en su cara cada vez que esa pintura se recree en su mente. Amándose; amándolo en alguna ciudad de Europa del Este, amándola en alguna vieja capital imperial.

La encontró. Nadie nos obliga a compartir más que la moral religiosa que se nos impone. Y menos a él, perro solitario, egoísta y manipulador. Pero la encontró. No como quien encuentra un encendedor perdido, porque ella no era una cosa y él no la consideraba como tal tampoco. Las personas también se encuentran. Todxs elegimos nuestras compañías, las encontramos aún sin buscarlas. Y él la había encontrado. En este mar de hipocresía, competencia y superficialidad, él la había encontrado. Ella, linda, libre y loca. Dueña de nadie, sin dueño. Fóbica de la injusticia, dejando una estela de arte en cada movimiento. Esa persona capaz de acompañar sus heridas con el hilo más preciso. Aquella dispuesta a oponerse a sus miserias para que sean solo lecciones aprendidas y no problemas o dolores cotidianos. Encontró en esa mujer la bondad que admira, el perfecto complemento para su incapacidad de mostrar rasgos de humanidad por fuera de la lucha revolucionaria. Sencillamente encontró una compañera, esa persona que explica y justifica una frase que alguna vez vio y tomó como propia: la felicidad es tal solo si es compartida.

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