
Lo mágico de lo real
Cada mente es un universo. Cada uno de nosotros vive un sueño irrepetible, al que llamamos vida. Porque la vida es un proceso, un movimiento, como el oleaje incesante de un lago agitado a medianoche por el viento, alumbrado por la luna llena que descansa mansa sobre el firmamento.
Un lago no es nunca idéntico a sí mismo. Cada gota de agua ocupa un lugar en el espacio distinto al instante anterior y siguiente.
Y allí está lo mágico de lo real. Lo real es el movimiento, es la tensión y el conflicto que se sostiene en la armonía. El maravilloso mundo de la vida nos asombra a cada momento. Está ahí latente, esperando ser descubierto. Una pila de rocas de una multitud de colores reposan ociosas sobre la playa desierta que espera ser deshabitada de la nada. La noche se hace profunda, espesa, se hace barrilete y vuela libre por el cielo, hasta que el óvalo de fuego renace lentamente a la madrugada. Un niño descubre por primera vez el mar, salta de la alegría que le provoca la novedad, grita asombrado y elabora la noticia para contársela a los adultos. Acaba de percibirse a sí mismo como parte de un todo, como causa y efecto. Su salto provoca un movimiento en la playa y los cangrejos que pasan por al lado corren hacia el agua ante la amenaza que su instinto les marca.
Y allí está lo mágico de lo real. Aquello que durante miles y miles de años no deja de asombrar a la humanidad toda. Aquello que de a ratos fue desvelado, de a ratos fue escondido, de a ratos destruido y de a ratos construido. Un homo erectus mira sus manos cortadas por una piedra de sílex. Lleva días golpeando varios pares de piedras entre sí, y ya vio unas chispas saltar sobre sus nudillos. Un compañero de su comunidad golpea las mismas piedras un atardecer entero y da con el fuego, un misterio que ni los misteriosos dioses logran explicar. Al aparecer la llama, corre hacia su hermano y le transmite el conocimiento, esa construcción intersubjetiva que nos acerca a la esencia de las cosas.
Las palmeras se golpean unas contra las otras dirigidas por el viento que vuela libre, libre como el mismo viento. La luna sale completa para mostrar una vez más que puede alumbrar, que no para de brillar, que el agua se calma cuando la ve y que se pone furiosa cuando se va.
Y allí está lo mágico de lo real.